Expecting softness can lead to foolishness
When I choose my colour, it will be Razzle Dazzle Rose
keep drinking the ink from my pen
"Llegará el día en que la contemplación de un cuadro aliviará un dolor de muelas"
- Picasso
Una amiga me pasó esta frase. Yo también creo en eso. Y no sólo muelas, seguro también aliviará el PMS, dolores de corazón, cuerpo cortado y demás malestares del diablo.
De chiquita era tremendamente cursi. Usaba tres diademas al mismo tiempo con un moño enorme, collares de plástico, pulseras de bolitas o estrellitas, vestido color pastel con crinolina y zapatos que brillaran. Me caía muy bien así.
Cuando estaba en kinder, afuera de la escuela en los puestitos vendían unos tubitos de vidrio con brillantina de colores que tenían un roll-on para ponerte la brillantina por todos lados. Las niñas más grandes la usaban para los ojos o las fiestas o quien sabe, pero seguro cosas padres.
A Adriana (mi cuata -tengo una cuata, no gemela) y a mi nos encantaban. Algunas amiguitas empezaban a tener y eran la sensación. A los cuatro años todo lo que brilla es muy bonito y si era para decorarme/te, mejor. Entonces alguna te prestaba un poco y te hacía un circulito de diamantina en la mano y te quedabas todo el día viéndolo y dando vueltas con tu crinolina sintiéndote princesa.
Después de mucha insistencia, mi mamá aceptó comprarnos uno. No estaba muy convencida porque eran cosas para niñas más grandes y porque se nos podía romper. Decidimos que el brillito no saldría de la casa para más seguridad. Era blanco, me acuerdo. Diamantina muy muy chiquita blanca que con la luz a veces se veían tonos rositas. Olía chistoso, como a un pegamento barato de mercado. Me encantaba.
Llegábamos del kinder y después de comer jugábamos con él. Nos poníamos muy poquito porque lo cuidábamos mucho, era un tesoro padrísimo. Acabábamos con manchas torpes de diamantina en los brazos, en los cachetes y en las manos.
Pero queríamos llevarlo a la escuela para presumirlo y jugar con las demás. Mi mamá decía que mejor no, que se podía romper. Seguimos insistiendo porque nuestras ganas eran más grandes. Ganamos.
Ese día estaba frío me acuerdo, había llovido o algo. Llegó recreo y Adriana y yo salimos emocionadas para jugar con el tubito de brillantina. No me acuerdo muy bien cómo estuvo, sólo que de repente mientras pintábamos de diamantina a las amigas y nos sentíamos princesas, el tubito se resbaló y se cayó.
El vidrio en el piso hizo un sonido muy feo y en un segundo el piso gris, sucio de escuela estaba manchado de brillos blancos. Algunas amigas se quedaron viendo, luego siguieron jugando. No era tan grave. Una nana llegó y nos dijo que nos quitáramos porque podíamos cortarnos. Que ni modo. Trajo una escoba con una jerga y empezó a limpiar el polvo de princesa. Nos quedamos heladas. Era como la de Pedro y el Lobo pero con diamantinas y sin lobos y sin Pedros.
Creo que lloramos un muchito tal vez. Un poco por la diamantina, un poco por las princesas, un poco por el frío, un poco por el "se los dije", un poco por los tesoros a los cuatro años, un poco por los ni modos y un poco por lo frágil de todo. De todos.
Veintiún años después, todavía dan tristeza los "tubitos de brillantina" que se rompen y no hay nada más que hacer.
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