10.10.12

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El shampoo en la maleta hizo un caos casi ridículo y fue el mejor pretexto para salirnos de la carretera.
De todos modos ya era hora de comer algo. El queso del sandwich ya estaba un poco derretido por el sol. El punto exacto.  El iPod seguía sonando en el coche aunque no lo escucháramos.
Qué rápidos se veían todos esos coches yendo a quién sabe donde y qué incómodo picaba el pasto en las piernas. Yo aprovechaba para que el sol quemara un poquito mi piel y dejar atrás el color ciudad.
Se sentía bien tener aire nuevecito en los pulmones. También ver cómo se movía tu camisa cada vez que entraba y salía el aire.  
Mientras, el gigante de fierro nos veía y supe que nos veía contentos.